...

Me enseñó mi abuela que habíamos de respetar el mar
pero nunca tenerle miedo

también que la magia no era sólo prestidigitación


que la magia era ayudar a mis hermanos a salir de problemas o en el mejor de los casos


evitar que se metieran en ellos


me enseñó que la fe no sólo se practicaba en las iglesias


que la fe a veces era tan sencilla como esperar la calificación de un examen


o la respuesta de mis papás cuando pedía permiso para quedarme a dormir con ella.
Aprendí de ella, que el amor no sólo era una palabra que teníamos que repetir todos los días hasta 

que perdía sentido


que era un acción, como ver a los ojos a mi hermano pequeño y sentir que haría lo que fuera para cuidarlo y 

nunca verlo llorar

me enseñó que la luz no solo viene del sol o de alguna lámpara contra la que chocan las polillas cada noche

que la luz era darle la mano a alguien que estaba en el piso y ayudarle a levantarse
Mi abuela no me enseñó a ser mujer

me enseñó a ser humana.

En esos momentos...

En esos momentos en los que todo me abruma y todo me hace pensar que no todo va como yo quería, cuando siento ese vacío dentro de mí, allí en esos instantes a veces sí quisiera devolver el tiempo. Y no para volver a hacer las cosas y hacerlas de otro modo, no.
Quiero regresar para volver a mi casa de la infancia, esa que un día mi papá le regaló a mi mamá cuando se casaron, y volver a ese columpio que mi papá construyó para mí y mis hermanos. Ese del que mi mamá nunca estuvo de acuerdo.
Volver a esa pequeña silla de mi columpio. En la que mucha veces imaginaba que podía volar cuando estaba más cerquita del cielo. Sin pensar en absolutamente nada, solo sintiendo el viento golpear mi cara.
De tanto pensar en eso descubrí que cuando estoy tan extenuada por esta vida de adulta, he logrado concentrarme tanto en volver allí que hasta he sentido el olor del hierro del columpio en mis manos.
Y mi cabello despeinado. Y esa cara de niña feliz sin afanes se dibuja por unos pequeños instantes.
Pero no he podido hacer que se devuelva el tiempo. Hacer un pause en ese momento y quedarme ahí por mucho tiempo.
Ojalá pudiera devolver el tiempo cuando estoy tan cansada de este futuro. De esta vida tan tecnológica y de gente con las manos llenas de teléfonos inteligentes. Y volver a las piernas de mi abuela, y sentir su perfume de vainilla.
Ojalá pudiera devolver el tiempo a ese instante. Y poder ponerle pause un largo rato.

ALGUIEN

Alguien que al verme se le pare todo, hasta el corazón. Alguien que me escuche hablar con el mismo interés con que me mira al caminar y sea también con quien pueda reírme de la vida a carcajadas y sin pretender. Esa clase de hombre lo suficientemente inteligente como para saber reírse de estupideces.
Alguien que ame lo que hay bajo el disfraz y no sólo la máscara que miran los demás. Alguien que encuentre la poesía en mis ojeras marcadas, en el lunar en mi cuello o en la forma en la que si me descuido, me sonrojo por completo. Alguien que halle la ternura en mi torpeza, en mis ligeros tropiezos, en el desastre que soy al perder las llaves o en cuánto temo cruzar las calles.
Alguien que baile conmigo aunque lo haga mal, que sepa que un abrazo siempre será la respuesta. Alguien que quiera a mi gato, que me haga cosquillas cuando las cosas no van, que me encuentre atractiva cuando me paseo en medias y en calzones en la casa, cantando desafinada no sé qué.
Alguien que entienda de libros, que sepa que escribo como si la vida se hiciera al contarse e intuya que inevitablemente lo convertiré en personaje. Alguien que dibuje un corderito, que se siente a mirar 43 veces el atardecer a mi lado en pleno domingo. Que sin atarme, me domestique y cree lazos conmigo.
Alguien que escuche el ruido en pleno silencio, que me intuya sin suponer, que en los días malos me acaricie el cabello hasta quedarme dormida. Alguien que se enamore de mi intensidad y del caos que traigo a mi paso y del inevitable desastre que al irme dejaré como rastro.
Alguien que entienda que soy mujer y no objeto, que me prefiera libre y no suya, que comprenda que mis despedidas no son más que un pretexto para los reencuentros. Alguien que me ame sin términos ni condiciones pero sabiendo que soy las letras pequeñas del contrato que jamás leyó.
Alguien que sepa que no pido más de lo que estoy dispuesta a dar. Que creo en el equilibrio, en la puntualidad de los encuentros que todavía no han ocurrido.
Alguien que sí, que conmigo, que se quede. Que me quiera incluso a pesar de mí.
Alguien que no sea “alguien”.
Alguien que lleve un nombre...
Alguien que solo Dios pondrá en mi camino! Así lo creo.

VOY A VOLVERME A ENAMORAR

“Vas a enamorarte, y ya no se te va a quitar nunca.
Aunque pase el tiempo. Aunque madures.
Aunque todo termine.
Aunque ya no se llame igual.”


Voy a volverme a enamorar. Y hablo entonces del amor por ciudades, de mis pasos recorriendo las calles de Caracas., de mis recuerdos o del sueño y ojalá no tan lejano de lo que realmente deseo. Hablo de los días soleados pero con frío,  de las tardes leyendo un libro cuando el monólogo interno se convierte en eterno diálogo con uno de mis autores favoritos, la catarsis que ocurre cuando el libro me lee.
Hablo de las charlas con mi abuelo mientras sopeo la galleta en el café con mucha azúcar, por supuesto y soy impertinente y me río fuerte: también las apariencias se cansan de ser guardadas siempre. Quiero decir, me hacen feliz las palabras soeces, sorber los restos de sopa, hacer ruido con el pitillo, andar en calzones por la vida.
Hablo de mi madre cuando me acaricia el cabello y su entrañable habilidad para sanar desde una rodilla raspada hasta un corazón roto. Pienso sin remedio -como todo gran amor cuando se aproxima- en mis razones para abrir los ojos cada mañana (ninguna supera los diez años):  Mis amaneceres. Mi reír sola como tonta cuando pienso en algo caminando por la calle y las personas me observan como diciendo qué le pasa a esa loca...
Volveré a enamorarme y ya no se me va a quitar nunca, claro está: ¿Cómo evitarlo si pienso en aquella fiesta de diciembre cuando me embriagué con 2 amigos? En las copas de más, en el vino. En los pasillos de la facultad, en la clase de las diez, los garabatos en la última página de una libreta con rayas, las nimiedades, los viajes de improviso y las carreteras en donde aprendí que el trayecto también es hogar.
Es el retorno a lo sencillo sin que por ello pierda su complejidad. Se trata de saber decirle “sí” al domingo, a los ratos a solas, al “mesa para uno, por favor”, a sonreírle de cerca y con dentadura perfecta a la felicidad. Se trata de asentirle al vestido floreado, a las faldas cortas, al poder de un lápiz labial, a Cat Stevens ,Los Beatles y a los Rolling Stones. A lo sano que resulta el hedonismo y a la sabiduría del ego en pequeñas dosis (cuando es sabiduría y no estupidez).
Voy a volverme a enamorar. No sé cuándo y no sé cómo y hablo también del amor propio pero te lo digo ya: Sí, voy a volverme a enamorar.


Después de un tiempo.

Tal vez ya no escribo tanto como antes, probablemente ya me rendí de tratar de explicarle lo que siento a extraños y es una decisión desastrosa el haber decidido renunciar a mi pasión por un tiempo, ~solo un tiempo~…pero hasta a los más grandes amores se les deja ir por un rato para ver con cuánta
fuerza regresan.
Definitivamente se me quitó lo caprichosa y desidiosa, por fortuna se me quitará el vicio de andar comparando sentimientos en las primeras líneas de todos los textos y podré darle otra firma a todo el desastre que llevo siendo desde que aprendí a ser yo misma. Pero el punto es no dejarse llevar por lo que digan otros, y que sí se es raro, se sea con todas las excentricidades y estupideces que el mundo critique, no dejé de escribir porque otros me dijeran rara, lo dejé porque decidí hacerme más grande en otros aspectos que había abandonado por cobarde, pero aquí estoy, midiendo la fuerza que sólo los valientes nos podemos permitir.
Escribimos sin dejar de lado la humildad. Escribimos con elegancia y modestia. Escribimos intentando no cometer el error de darle forma a las palabras, y dejar que ellas se formen solas, utilizando nuestras manos como medio de escape. Escribimos porque de eso depende nuestra tranquilidad, porque es un arte singular; lo hacemos porque lo sentimos, lo sufrimos, lo vivimos, y entregamos nuestra alma en cada párrafo. Escribimos sin ambiciones materiales, y porque otras personas dependen de nuestras letras para ser comprendidas. Básicamente el arte de escribir es una atracción recíproca entre el lector y el escritor; el autor escribe con sentimiento, y el lector imagina los detalles, llegando así a un punto intangible en que la literatura se convierte en un tipo de enlace permanente. La imaginación y la creatividad necesitan ser explotadas, y las letras se convierten en la mejor vía para ser plasmadas sin límites, en su expresión completa. Escribimos porque eso nos hace eternos a pesar de ser mortales. Porque si el mundo nos olvida, las letras siempre nombrarán nuestra memoria.
Tengo simpatía selectiva… A veces odio la vida y por eso parece que vivo siempre malhumorada, pero hay quienes logran que me ria a carcajadas, esa gente es realmente importante.
Tengo amistad selectiva… No hay muchas personas a las que considere amigos pero soy capaz de matar o morir por quienes se ganan ese título.
Tengo amor selectivo… tengo fama de fría pero hay contadas excepciones que en el transcurso de mi existencia supieron derretir mi corazón.
Tengo fortaleza selectiva, no me gusta que me vean vulnerable pero quienes acompañaron mis lágrimas cuando no soporto el dolor saben que confío en ellos más que en nadie.
Sí, soy selectiva, pero cuando elijo a alguien es para siempre. Tanto si se quedan como si se van porque nuestros caminos se separan, deben saber que pase lo que pase son irremplazables.

Claro que te amé.


Dice la historia que yo una vez te amé, que escuché tu voz y conocí tu sonrisa.
Según recuerdo, me acicalaba el alma entre letras, libros, versos, canciones y uno que otro drama.
Alguna vez me sentí propia y propiedad, por si eso fuera posible. Pero me sentía mía, y me sentía tuya y eso lo era todo.
Alguna vez dejé que los sentimientos tuvieran dominio y te amé y hasta mejor que como dice en los libros, más allá de los metros, más allá de las miradas, más allá de las caricias.
Y ahora sólo me tengo que conformar con acariciarte de lejos.
No eres un fantasma, no eres recuerdo pero tampoco presente, no eres pasado porque no te has ido, no eres herida porque no dueles, no lo eres todo porque ya no somos nada; pero eres tú y eso es más que suficiente.
¿Te parezco conformista?
Somos muchos los que hemos aprendido a amar las nubes sin ni siquiera tocarlas.
A veces juego con las olas y te imagino mirándome, otras veces imagino que eres uno de los rayos del sol que me acaricia y otras veces en realidad prefiero ignorarte todo el día.
Tienes la habilidad de hacerte presente aunque yo no lo permita, mira tú, prometiste que nunca te irías, promesa cumplida. Pero no nos confundamos, yo tampoco estoy, pero te observo de cerca aunque te mantengo lejos, por el bien tuyo, pero sobre todo por el bienestar mío.
No sé cómo despedirme de ti en estas letras que escribo, así que te dejo un beso, de esos que quedaron guardados y que siempre fueron tuyos.
Tanto esperar, buscar, escribir, borrar y correr detrás de vaya a saber uno qué, y al final lo único que me importa es lo que me conmueve.

INSOMNIO

Insomnio, o la hora de los lobos…

Mi vida es un insomnio feliz, interrumpido por horas de sueño…

Alguna vez leyendo descubrí una frase de Hemingway que se me repite cada noche: “La madrugada es la hora de los lobos” se grabó de inmediato en mi mente, aunque debo reconocer que ha tomado diferentes significados a lo largo de mi vida. Y hoy, sin duda, es insomnio.
Irse a la cama, ir a dormir es un ritual, ese que nos enseñan desde niños y que  de adultos  adecuamos  a nuestras necesidades personales. Sin embargo, ¿qué pasa si el cansancio no da paso a ese estadio llamado sueño, si los minutos caminan, corren lentos, se arrastran, damos mil vueltas en la cama, vemos algo de tele, leemos, tuiteamos gritándole al mundo que no podemos dormir? Al fin estresados, desesperados, le susurramos pidiendo ayuda a Morfeo. Pero él disfruta, se ríe burlón observándonos. Mas es simplemente  imposible cerrar los ojos  y desconectarse. Es entonces cuando los lobos aparecen amenazantes, todos juntos, en manada, y para bien o mal, cada quien decide. Sólo queda hacerles frente y estar listo para  la batalla, la cual puede  ser cruenta, agobiante, dolorosa o un delicioso paseo por las nubes. Esto  último no es tan simple de entender. Todos sabemos que después de un largo día de actividad, dormir repara, acomoda, consuela, nos deja listos para el día siguiente. Por lo tanto, ansiamos dormir, hibernar unas horas.
Se llama insomnio y es de esos invitados que sabemos cuándo llegan, mas no cuando se irán, porque es lo “esperado”, que se vayan pronto antes de que como huracán solo dejen  escombros. Aunque, claro, podemos usar algunos recursos, seguir recomendaciones, nada de café después de las seis, media  pastillita con algún nombre que usualmente termina en pan, una copa de vino para relajarse, leche tibia, otras  recetas. Difícilmente oiremos un “disfrútalo”, es un regalo, es tiempo robado a la noche, a la vida, tiene un lado que puede saber muy dulce si logras acercarte a los lobos y acariciarlos. Pocos lo ven o lo han entendido así y bajo esa premisa han construido  una relación estrecha con él. Después de muchas batallas, logré acercarme a los lobos, acariciarlos y que me devolvieran una sonrisa. Hoy es ese que yo llamo mi amado insomnio, un tiempo mío, que algunas veces uso o gasto según se vea en deshacer y remendar recuerdos, en imágenes pasadas; otras veces, por el contrario, analiza, es frío, racional, organiza días, eventos, pendientes personales, familiares, pero con frecuencia  por mi modo de ser construye ilusiones, sueños, deseos inconfesables, se llena de palabras, colores e imágenes, se convierte en un viaje de esos que guardas muy dentro por ser atesorados, queridos. A veces todo y de todos en una noche.
 Una vez entendido que el insomnio es como un amante furtivo que llegará por unas horas y se colará en tu cama; ha de esperarse ansiosa, anhelante, con los ojos muy abiertos, atenta a ver si los lobos llegan tiernos  o salvajes, si vienen con ánimo de devorarte o que los devores. Ellos solo vienen cual fiel reflejo de lo que nos pasa, de todo eso que nos quita el sueño. Ningún calificativo puede exentarse de ser usado con aquél que es el juego con que Morfeo nos burla y compensa…
“Demasiado en qué pensar”… me dijo una vez alguien muy querido ante su insomnio, alguien muy analítico, escondido entre los muros de un corazón sensible, enorme… Yo le añadiría a sus palabras: demasiado qué sentir…

 El insomnio siempre pondrá a luchar a la mente y al corazón, los confrontará en un ejercicio de balance, equilibrio necesario e indispensable. Dependiendo, claro, de nuestro yo, ese que en la oscuridad brota sin asomo de máscaras, sin maquillaje, porque en esas horas si de alguien no podemos escapar es de nosotros; si a alguien no podemos mentirle es a ese yo desnudo interior, a nuestros  lobos.
 El insomnio suele ocurrir por temporadas, a veces con razones reconocibles, obvias. Otras no sabemos por qué, no hay causas aparentes. Siempre es demasiado, siempre algo que se desborda sin control, que el día no alcanzó para procesarlo y que fluye  tormentoso hacia la noche.
Soy  una balanza, tengo dos lados muy marcados, y así como me gusta el control, también amo el descontrol, ese fluir desbordado que cada noche encauso de un modo distinto, con asombro, con expectativa. Que importa si al día siguiente pago el precio de esas horas robadas a la noche, lo valen. Dense la oportunidad de conocerlo, ábranle la puerta y abrácenlo, dejen que fluya lo que de su ser deba fluir. Para la mayoría será temporal y regresarán a dormir como siempre. El insomnio será simple anécdota…
Otros como yo, seguiremos con los ojos enormes, abiertos al asombro del nuevo viaje, ese que esperamos con el corazón latiendo cada noche…